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Thea LaFond fue la única representante de su pequeña nación caribeña, Dominica, en el mundial bajo techo y ganó la medalla de oro.
Ahora en París, LaFond es la única mujer de su país que compite en atletismo. De nuevo, ganó el oro, la primera medalla olímpica para Dominica. “Es un eufemismo decir que es algo realmente importante”, dijo LaFond, después de su victoria el sábado por la noche en el Stade de France. “A veces te preguntas si ser de un país pequeño significa que tienes menos acceso a los recursos. … Pero hemos sido muy grandes en (priorizar) la calidad y simplemente ejecutarla”.
Dominica no fue la única isla del Caribe en ganar su primer metal olímpico el sábado. Julien Alfred le dio a Santa Lucía el título en los 100 metros. En 2017, el 90% de las residencias en Dominica resultaron dañadas por huracán María, causando 31 muertes. Prácticamente no hay instalaciones para la práctica del atletismo en la isla. Un proyecto para construir una pista lleva años atascado, según LaFond.
“El mayor obstáculo ha sido encontrar la parcela de tierra para esta pista. Que nos den la tierra y tendremos la pista”, dijo la campeona. LaFond brincó 14,32 metros en su primer salto y 15,02 en su segundo intento, que fue el salto ganador. La jamaicana Shanieka Ricketts se llevó la plata, con 14,87, mientras que la estadounidense Jasmine Moore obtuvo el bronce con 14,67. Ausente de la competición estuvo Yulimar Rojas, la dueña del récord mundial y reinante campeona mundial. La venezolano se perdió los Juegos tras sufrir una lesión en el tendón de Aquiles.
Julien Alfred brilla por Santa Lucía
Santa Lucía, 200.000 habitantes, donde nació Julien Alfred, es uno de esos. La sprinter caribeña asustó a Sha’Carri Richardson, la diosa de la velocidad, en una semifinal en la que la tejana, que desprecia el arte de la salida de tacos, tropezó en los primeros pasos y de nada le valió una acción dinámica a partir de media carrera muy superior al resto. Su frecuencia prodigiosa no le acercó.
Julien Alfred. Es caribeña. Tiene 23 años. Salió por la calle seis, y por la siete, la norteamericana solo pudo perseguir sus huellas en el agua. Boom, 10,71s para Alfred, de salida explosiva y velocidad mantenida, sin estridencias. 10,87s para Richardson, que volvió a dormirse en los tacos.
Los especialistas hablan y no acaban de Richardson como atleta y como persona. Elogian su posición y su técnica circular unidas a una frecuencia prodigiosa y mantenida, que le permiten mantener la velocidad mejor que ninguna otra y la convierten en la única que de momento podría acercarse al mítico récord femenino de 100m. Y siempre añaden: pero solo puede conseguirlo mientras alguien le explique cómo salir eficazmente de los tacos.
Para Estados Unidos el triunfo de Alfred no es una noticia para solazarse por la universidad del atletismo, que el triunfo en triple de Thea Lafond, de la vecina isla de Dominica confirmó, sino para lamentar tanta inversión publicitaria y mediática en Richardson, campeona del mundo en Budapest. La atleta es una figura popular, del famoseo, más allá del atletismo desde que hace tres años se quedara sin poder participar en Tokyo, sancionada varios meses por un positivo de cannabis al fumarse un porro de maría para calmar la pena cuando murió su abuela.
La vida de Alfred es de las que gusta leer a los padres a sus hijos perezosos. Nacimiento humilde, drama, emigración, busca, el valor doble que necesita la mujer para llegar donde el hombre. Fue la bibliotecaria de la escuela de Castries, la capital de la isla, la que descubrió sus cualidades cuando la veía en los recreos ganar a todos los chicos de primero y de segundo. Cuando perdió a su padre a los 12 años, Alfred dejó el deporte durante algún tiempo. Su entrenador, Cuthbert Modeste, fue a su pueblo y la convenció para que volviera. Y para seguir siendo atleta, tuvo que trasladarse sola a Jamaica, la tierra de la velocidad, a los 14 años. Terminó, como todas las grandes, con una beca en una Universidad de Estados Unidos, en Texas.