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Por segundo año consecutivo, el Barca quedó eliminado en la fase de grupos de la Liga de Campeones, después de perder en el Spotify Camp Nou (0-2) ante el Bayern de Múnich, su bestia negra las últimas temporadas en la máxima competición continental.

 

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De todas formas, la goleada del Inter de Milán ante el Viktoria Pilsen (4-0), dos horas antes, había dejado a los azulgranas sin opciones de mantenerse con vida en esta ‘Champions’ hasta la última jornada. Los milagros a veces existen, aunque son muy poco frecuentes. Pero si encima necesitas un doble milagro -que gane a domicilio la cenicienta del grupo y derrotar también tú a uno de los mejores equipos del continente- la cosa se complica aún más.

 

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Y eso que la visita del Bayern al Camp Nou estaba señalada en rojo para el cuadro catalán desde que se conoció el sorteo de la Liga de Campeones. En las previsiones optimistas del club azulgrana, esta noche, ambos equipos debían jugarse la primera plaza del Grupo C y el Barcelona saldar una deuda pendiente con su afición derrotando al rival que le ha regalado algunas de las noches europeas más negras de su historia reciente.

 

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El desenlace, aunque cantado, no deja de ser doloroso para un club que había vuelto a soñar en grande. Y este miércoles no era fácil para Xavi Hernández levantar a un equipo consciente de que, pasara lo que pasara en el campo, ya no podría mantenerse una ronda más en la élite. La UEFA otorga por cada triunfo logrado en la fase de grupos 2,7 millones de euros, y embolsarse 5,4 millones por dos últimas victorias estériles en la ‘Champions’ antes descender a la Liga Europa no es un cuestión baladí para un club que no va precisamente sobrado de dinero.

 

 

 

El Barça, penalizado por sus constantes imprecisiones en la combinación, lo intentaba, pero no podía. Aunque el partido quizá hubiera cambiado cuando en la última jugada de la primera parte De Ligt derribaba a Lewandowski dentro del área. La cosa aún podía haber sido peor cuando a los diez minutos de la reanudación Gnabry controlaba un balón dentro del área y batía a Ter Stegen con un disparo de rosca con la zurda. Sin embargo, el árbitro anulaba el tanto por fuera de juego.

Poco importa ya el buen partido de Balde o de De Jong, o el repertorio de imprecisiones que tuvieron esta noche Dembélé o Koundé. Ni tampoco que la afición culé, que sorprendente sigue teniendo fe ciega en este Barça, estuviera esta noche de diez. El equipo no pudo en la primera parte y no supo en la segunda doblegar al todopoderoso Bayern. Una vez más. Los goles de Sadio Mane a los 10 minutos  y el de Ganabry a la media hora fulminaron al plantel blaugrana que intentaba pero no podia.

 

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Solo la entrada de Ansu Fati en la media hora final -un acción suya fue todo el peligro azulgrana tras la reanudación- revitalizó un poco al cuadro local, que en el Allianz Arena, pese a la derrota, parecía haber acortado distancias con el conjunto muniqués y este miércoles volvió otra vez a ensanchar esa brecha hasta una distancia casi insalvable. Por si la noche no fuera suficiente cruel para los azulgranas, el recién ingresado Pavar hacía el tercero en el añadido al rematar a placer tras un saque de esquina cuando ya hacía muchos minutos que el Bayern había aflojado el ritmo. Al Barcelona le espera de nuevo la Liga Europa. Justo ahora, que parecía estar a punto de ver la luz al final del túnel.

 

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Xavi se descubre y perdidas económica

 

 

 

El DT se refirió al mal que Barcelona tiene con la Champions League y dejó su sensación de frustración: “Así es la Champions, está siendo cruel con nosotros, tanto en Munich como en Milan, perdonamos. Hemos perdonado mucho y los errores de la segunda parte nos han pasado factura”, había expresado. Pero claramente, el entrenador es uno de los responsables de este andar negativo en la máxima competición del Viejo Continente, más allá de la enorme inversión que hizo el club para ser protagonista.

Existe una clara diferencia con respecto a la la temporada anterior. Es que, según el sitio Transfermarket, Barcelona invirtió 153 millones de euros en este mercado de pases de verano, con los arribos de Robert Lewandowski, Raphinha y Jules Koundé. Además, se concretaron las llegadas de Franck Kessié, Andreas Christensen, Héctor Bellerín, Marcos Alonso, Ez Abde y Alejandro Balde, todos en condición de libre. Con estos nombres, el objetivo principal era la Champions League; lo cierto es que, con este presente deberá aspirar a ganar la Liga, en la que se ubica segundo detrás de Real Madrid, pero además, otra vez tendrá que apuntar a quedarse con la Europa League, trofeo que le fue esquivo la pasada temporada luego de caer ante Frankfurt en los cuartos de final.

 

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Con la eliminación consumada, el arranque del duelo frente a Bayern Munich por la quinta fecha de la etapa de grupos no fue el mejor: los fanáticos Blaugranas no recibieron bien al equipo. Los 11 futbolistas salieron a la cancha bajo una lluvia de silbidos. Los abucheos también se hicieron presentes al cierre de la primera etapa en la que los teutones se iban al descanso por 2 a 0 arriba con los goles de Sadio Mané y de Eric Choupo-Moting. El francés Benjamin Pavard anotó el 3-0 definitivo en tiempo de descuento, en otro capítulo de decepciones ante Bayern Munich, el conjunto que se convirtió en una auténtica bestia negra para los catalanes.

 

 

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Para la presente edición, la UEFA destinó que en etapa de grupos que cada equipo reciba unos 15,64 millones de euros, además de un premio de 2,8 millones por triunfo, 930.000 euros por empate y nada por la derrota. En lo que respecta a los octavos de final, los clubes que avancen a esta etapa recibirán unos 9,6 millones de euros, que sería la cifra que Barcelona podría no ver si queda eliminado de manera temprana de la competición. En cuanto a los premios de octavos en adelante para la Champions son 10,6 millones por avanzar a cuartos; 12,5 millones a semifinales; 15,5 millones por ser finalistas y 4,5 millones por ser campeón.

El contexto futuro para Barcelona desde lo económico es realmente complicado. Por quedarse fuera de la Champions le representaría una pérdida de alrededor de 20 millones de euros en su planeación económica. Una cifra que no alcanzará ni en caso de conquistar el trofeo de la Europa League. Según las cuentas del equipo Blaugrana, el beneficio del presente año sería de 274 millones de euros. Sin embargo, quedar afuera de la Champions en la etapa de grupos afectaría notoriamente el presupuesto de ganancias que estaba proyectado en 1.255 millones de euros.

 

Colchoneros eliminados

 

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Ni siquiera con un penalti lanzado y fallado por Yannick Carrasco en la última jugada del partido, revisada por el VAR y otorgado por el árbitro Clement Turpin con el tiempo cumplido, ni con el rechace que estrelló contra el larguero Saúl Ñíguez esquivó el Atlético de Madrid el destino al que se había dirigido mucho antes en esta competición, en un final dramático que culminó otro fiasco del conjunto rojiblanco en la Liga de Campeones.

El Atlético pagó sus errores. Al borde del abismo como estaba, dos excesos imprudentes, dos regates fallidos de Antoine Griezmann y Ángel Correa en su campo, fueron una concesión inasumible frente al Leverkusen, que lo aprovechó con dos goles en el primer tiempo para impulsar la eliminación del equipo rojiblanco, pese a su ofensiva final, pese a empatar el 0-1 y el 1-2, pese a ese último penalti tan cruel, o no tanto, con el Atlético. Incluso peligra hasta la Liga Europa, tiempo atrás un aliciente, hoy por hoy un compromiso, para un equipo al que quizá le faltó gol en sus últimos duelos del torneo, con sendos empates, pero sobre todo no se reconoció a sí mismo, sin ambición, en los tres choques precedentes, demasiado margen, siempre en el alambre, del que finalmente se ha caído.

 

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Porque el Atlético ha perdido contra sí mismo, contra sus propios complejos e inquietudes, contra su propio miedo en esta edición del torneo, como antes le ocurrió en 2017-18, la anterior y única vez en la que se quedó fuera de la primera ronda en la era Simeone; como pasó al año siguiente contra el Juventus; al siguiente contra el Leipzig, entonces en los cuartos de final; al siguiente frente al Chelsea, en octavos, y el pasado curso en el encuentro de ida con el Manchester City, finalmente decisivo para el desenlace de la eliminatoria.
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Igual que entonces, como ahora, cuando el Atlético planificó enmendarlo fue demasiado tarde. No le dio tiempo. Quizá faltó toda la fortuna que sí tuvo hace un año en Oporto, que se ha tomado la revancha a 1.300 kilómetros de distancia con un 0-4 en el estadio Jan Breydel, el mismo recinto donde el equipo rojiblanco naufragó hace menos de un mes, cuando su aventura de nuevo en la Liga de Campeones quedó supeditada a demasiadas victorias, tan al borde del precipicio que a nadie le sorprendió su estruendosa caída de este miércoles. La Champions ya es pasado para el conjunto de Diego Simeone.

La noche empezó tenebrosa para el Atlético. No sólo fue el 0-4 del Oporto en Brujas que lo obligaba a ganar, sin ningún matiz, sino el inicio de su propio encuentro: ni en su peor pesadilla habría supuesto un panorama tan temible como el que descubrió, de repente, al borde del minuto 9, por el exceso de confianza de Griezmann, al que le birló el balón Andrich para conectar con Hlozek, que habilitó a Diaby ante Oblak. El 0-1. Un mazazo.

 

 

 

 

El Atlético, otra vez contra sí mismo en la Liga de Campeones, la competición que lo agobia y lo desvela más que ninguna otra, sea cual sea el adversario, en este caso un Leverkusen en la recomposición que ordena Xabi Alonso, su nuevo técnico; un equipo indudablemente inferior al grupo que dirige Diego Simeone, aunque lo ganara en el primer compromiso entre sí en el Bay Arena o aunque lo agitara con el 0-1 tan pronto en el Metropolitano. El Atlético se repuso del primer accidente. Ya había surgido algún silbido de la grada, en esa exhaustiva y constante revisión a la que se siente sometido el conjunto rojiblanco y su entrenador, tan natural como debe ser la exigencia sobre este equipo, cuando Correa, el más creyente de todos, creó una ocasión de la nada, al que le faltó el tino que no tiene muchas veces el atacante argentino, quien estrelló su disparo en la salida de Hradecky, o cuando Yannick Carrasco (hizo su mejor partido en meses) soltó el derechazo que sí superó al portero. El 1-1 en el minuto 22.

El remedio fue temporal, tan aparente primero, tan fugaz luego, otra vez más por demérito del conjunto rojiblanco, en este caso en concreto de Correa, al que le sobró el regate al borde del área, como en el 0-1 le había sobrado a Griezmann; una invitación para que Amiri fuera a por él, lo pusiera en evidencia en su giro y entregara a Hudson Odoi la oportunidad del 1-2. No falló el atacante procedente del Chelsea, tampoco sin excesiva oposición rival.

 

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Su velocidad y la de Diaby, la pareja de ataque del Leverkusen, retrató y desbordó a la defensa del Atlético. A Giménez, cuya mejor versión pertenece al pasado, o a Hermoso, la sorpresa de la alineación, que duró 45 minutos, cambiado al descanso por Saúl Ñíguez. Realmente, a toda la estructura de un bloque cuya fiabilidad es un recuerdo melancólico, imperceptible ya en su presente, por más que algunos marcadores precedentes hayan dibujado una seguridad artificial, demasiado voluble… Inexistente.

 

La siguiente mejor ocasión del equipo local fue un remate contra su propia portería del Leverkusen, al que se interpuso Hradecky, que tampoco había hecho ni la mitad de paradas que hubiera intuido en una visita en otro tiempo a un estadio como el Metropolitano. Pero eso, también, forma parte del pasado, aquellos momentos en los que el campo madrileño era una fortaleza inabordable para tantos y tantos adversarios. Hoy ni lo es ni lo parece. Y pudo ser peor al descanso, de no haber sido por Oblak, que salvó.

Habría sido una catástrofe, pero no lo fue. Y en este Atlético de tantas caras tan diversas fue un salvavidas, tan cerca del descanso, de la charla de Simeone y de la reacción del segundo tiempo, surgida desde el gol de Rodrigo de Paul (fue uno de los dos cambios al intermedio, al entrar por Correa; Saúl ingresó por Hermoso), un tiro desde el borde del área que batió a Hradecky para poner en ebullición el partido y el Metropolitano. Había vida. Y esperanza. Y 40 minutos para creer en la victoria… Y en la clasificación, contra un adversario desnortado desde entonces, sobrepasado por el 2-2, los acontecimientos y la ofensiva del Atlético, frustrada por Hradecky frente a Griezmann, cuyo tiro fue demasiado centrado, también después frente a Yannick Carrasco, pero en un duelo ya completamente distinto, pleno de ambición del equipo rojiblanco, volcado para revertir el marcador con celeridad.

El asedio fue total desde entonces, consciente de que no había futuro en la Liga de Campeones sin una victoria, dentro de un correcalles del que Oblak privó a Diaby y a Paulinho del 2-3, pero en el que el Atlético era mejor, estaba más cerca del gol, se sentía capaz de la remontada, mientras aún calentaba en la banda Joao Félix, expresivamente infrautilizado hasta en noches que todas las circunstancias concluyen en la necesidad de un jugador de su clase. Entró en el minuto 87. Aclamado por todo el público, antes del penalti final que falló Yannick Carrasco o paró Hradecky, cuyo rechace lo estrelló contra el larguero Saúl Ñíguez y cuyo rebote lo salvó un defensor tras otro remate de Reinildo.

 

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